Espantos cotidianos II
(el 1ero está muy grosero)
El montaje se hace estrecho, cada vez más estrecho. Se podría evitar la claustrofobia apagando las luces, las voces, las paredes; construyendo huequitos clandestinos, destruyendo camuflajes, actitudes, personajes y todo aquello que ingresa diariamente, por voluntad u obligación, al escondrijo hediondo, refugio oxidado, hipócrita de los facilistas. También se puede utilizar otro dizfraz, el dizfraz de la ausencia, del sarcasmo y la ironía (inicialmente concebido como escudo).
No!!! Porque entonces sigue el susto, el suspiro desintegrado de la esquiva libertad que susurra monótonamente como anuncio publicitario: “eso tampoco sirve; no se deje engañar”. Y ahí a ver si se te ocurre algo más que no sea despedazarte bajo la ventana y renunciar al show de la infamia de una vez por todas.