jueves, febrero 23, 2006

Ciclos

(al ñiño ñañel)

Había llegado a un límite repentino, a una nada infinitamente oscura precipitándose aterradoramente en forma de abismo; entonces preguntó:

- ¿Cómo he de continuar mi camino, si he recorrido ya cada zurco, cada piedra, cada pedazo de tierra existente hasta alcanzar sus últimos confines, los bordes del abismo? ¿Acaso es mi deber descender hacia el inexplicable ocaso que se abre como herida profunda en las entrañas de este vasto y hostil terreno?

A lo que el sabio respondió:
- Si desciendes, se formará frente a tus ojos una entrada nueva, un umbral reconstruido que se perforará hasta su límite opuesto para mostrarte la decepción más aterradora, escalofriante verdad que engendra el destino. Observarás, desde una inconsolable tristeza, que la trayectoria comienza a recrearse sin descanso sobre aquello que parecía una nada sin tiempo, un eterno letargo. No podrás, sino volver tus pasos sobre el mismo recorrido, una y otra vez, ingresar en el infinito ciclo de la eternidad.

Con la mirada petrificada en la nada deforme y el rostro descompuesto por la desolación, el aprendiz respondió:

- Pero yo no deseo repetirme y, sin embargo, parece no existir otra opción.

- La hay, sin duda. Puedes elevarte como el ave majestuosa que cruza el inmenso cielo sin más limitante que su propia voluntad, que llega siempre a un nuevo sitio porque nunca percibe paraje alguno desde una posición ya antes elegida, ni vuelve a observar un acontecimiento con ojos que han sido ya utilizados. Así recrea con su sola mirada todo lo que ingresa en ella, y cada nueva visión se convierte a su vez en un nuevo sueño, un nuevo camino para los que comienzan y los que terminan.

- Pero no poseo la destreza para levantarme, apara abandonar el peso que me ata al terreno carcelario que ahora me reduce a una lamentable expresión de súplica y de miedo.

- Tu deber será, entonces, navegar en el abismo, derramarte en la oscuridad hasta encontrarte sin tiempo, en un cuerpo con alas.

El muchacho descendió hasta perderse completamente en la oscuridad desgarradora del ocaso. Al mismo tiempo, del otro lado, el sabio apenas alcanzaba a reconocer a un hombre que se acercaba sin rostro, embarrado de sangre, con alas en lugar de brazos.