lunes, noviembre 20, 2006

La fuente

El tiempo transcurría oscuro, embarrado de humedad y ecos de infinita duración bajo el empedrado cielo de la cueva. La fuente se encontraría al final del camino, esperando pacientemente reflejar aquello que no aparenta, que no se ve. El hombre ciego nos guiaba lentamente, sin emitir más sonidos que aquellos producidos por el contacto con la tierra mojada, a cada paso. ¡Cómo puede un hombre ciego guiarnos hasta la fuente por senderos semejantes! ¡Cuando nadie, ni siquiera el más hábil de los hombres había podido salvarse ahí adentro, escapar del laberinto!

Un ahogado rayo de luz asomaba lejos, reflejado por una superficie aún indescifrable. La fuente, debía serlo... las desapariciones, las locuras sin remedio se aglomeraban en una memoria cobarde y escurridiza, no cabía duda, el reflejo era producido por la fuente. El hombre ciego nos lo advertía con el silencio que caracteriza a los cómplices.

Cerca de la luz, un movimiento de su brazo nos indicó que nos acercáramos.

El horror sobrepasó toda intensidad imaginable al descubrir, frente al irremediable reflejo de la fuente, que todos carecíamos de rostro, que los únicos ojos eran los del hombre ciego.

Acerca del principio y el fin

Encontrarse en el preciso momento que engendra a las palabras, diluirse en su sonido inquisitivo, en su magia perpetua de caos y abundancia. Se es libre solo recordando la lastimosa inconciencia que encierra un horizonte sin tiempo, celoso guardián de intensos océanos y sabias rutas ligeras, que no se enfrascan, que no se atascan ni se secan. Por debajo corren sanas las locuras que iluminan el vasto hogar universal, oscuro e infinito como la nada, morada de la vida y la muerte en un mismo y cíclico final.
Afuera, se condenza inquieta la material errante, que no encuentra en su propósito justificación suficiente y percibe en su destino una desgarradora e inevitable tragedia, producto del desprendimiento, de la soberbia distancia que engaña al mundo, que edifica un ego vulnerable y ridículo.

Sí, ahora me encuentro en la antesala de aquella fértil locura, matriz de insospechadas criaturas, de diversas e infinitas celdas dentro de un laberinto que se pierde a sí mismo. Desde aquí he de contar lo que debe ser divulgado:

Al principio de un tiempo no conocido, un tiempo distante, derramado en mundo extraño, existió un hombre, un único hombre infinitamente solo en un vasto e inhóspito terreno. El hombre, conciente de su inmensa soledad y su inevitable desamparo, se encontró a sí mismo muy complejo para la simpleza que lo abarcaba y decidió que su cuerpo le era innecesario. Consideró oportuno, sin embargo, construir un rostro, un solo e inmenso rostro compuesto de todo aquello que lo rodeaba, incluso de él mismo. Juntó, entonces, piedras, y árboles, reunió hojas y plantas, conchas y arena; las fundió con entusiasmo bajo la sombra eterna de los primeros hijos del tiempo.

El rostro, inmenso como el mundo en que se encontraba e infinito como su creador, despertó intrigado y sintió con inconsolable tristeza su profunda soledad. Su terrible aflicción lo llevó a reflexionar y decidió, con gran sabiduría, que su estructura era demasiado compleja para tanta ausencia, para tanto vacío. Se propuso construir, sin demora, un conjunto de sentidos sin rostro, inmensos sentidos conformados de cientos de mundos y entre ellos, un gran rostro solitario.

Acabada la obra, los sentidos despertaron en la soledad infinita. Observaron que eran únicos en el universo, que nada los rodeaba ya. Afligidos, pensaron que eran demasiado complejos para aquel sistema sin habitantes, para aquella oscuridad sin horizonte y decidieron construir un solo ojo. Juntaron cientos de universos y crearon con ellos el inmenso ser ocular, infinito y solitario.

El ojo despertó y al descubrir la infita soledad y el inmenso vacío que había quedado, decidió que era mejor cerrarse. Todo aquello que alguna vez fue formado bajo la sombra de un tiempo immutable dejó de existir y una nada infinita abarcó el vacío, oscuro y silencioso hasta la muerte.

Pero el inconsolable dolor del gran ojo al presenciar el vacío, arrancó una lágrima de su córnea que se precipitó lentamente hacia la nada, mientras en su interior despertaba un nuevo mundo donde nacía un hombre, un único hombre infinitamente solo en el vasto e inhóspito terreno…